Cuando la revolución no pueda…
… la resistencia será en manada
¿Dónde están las utopías? ¿Dónde quedaron nuestros futuros brillantes, los ciberfeminismos igualitarios, las tecnologías para derribar muros? Tenemos enfrente al capitalismo rampante, el tecnocapitalismo r e p t a n t e. La vigilancia en cada pantalla. Las BIG TECH con su BIG DATA y sus tiny ethics. Sus códigos sesgados, sus algoritmos que todo lo ven y todo lo oyen y todo lo transforman para nuestro consumo.
Cuando un servicio es gratis es porque tú eres el producto.
Cuando una app te ayuda a contar los días para tu periodo, también le dirá al enemigo cuando quieras practicarte un aborto.
¿Y cómo luchamos? ¿Cómo le damos la vuelta al balón sin salirnos del emparrillado? Si queremos luchar esta lucha, que sea desde el mismo espacio, los mismos teclados. La resistencia no es análoga. La revolución no será televisada, será tuiteada, será instagrameada, será memificada. Optimizada para la lectura de un crawler, para indexar en Google si buscamos “anarquía digital”. No hay suficientes búsquedas para esos contenidos evergreen.

Lo virtual es real: las violencias y la sororidad.
El suicidio de mi primo me llegó en una llamada de Whatsapp. En tiempos de alienación pandémica, de discriminación por la marca de tu vacunación, no pude viajar a despedirme a Texas y vi su funeral en un mp4 con honores de héroe de guerra. La última vez que hablé con él fue por una videollamada: me mostró su casa, me contó sus sueños. Me escribía correos desde sus misiones secretas, nos enviábamos canciones por el chat de Meta.

La soledad también es violencia y también es sistémica.
Crecí en una década híbrida en la que hacer amistades en línea era a la vez un riesgo y una aventura sencilla. Conocí a personas magníficas, inicié travesías épicas. Internet, el ciberespacio, se convirtieron en una tierra prometida. Ahí sigo construyendo amistades, abriendo brecha. Hoy en el encierro por COVID no me siento sola porque mi familia elegida está al pendiente por un puñado de vías.
Un streaming en vivo para cotorrear o un lunes de Zoom para reflexionar.
La red somos los nodos, las sinapsis de carne y hueso, en línea. Somos los mensajes de texto, de boca en boca, de boca a boca, los SMS y los Whatsapps y los stickers de Telegram que nunca llegan. Los bots, los puerto a puerto, los “medios alternativos” para compartir archivos. Las bibliotecas que caben en una memoria, en nuestra memoria, cuando la Suprema Corte falla en nuestra contra.
Las redes son caminos, son vitrinas, máquinas de eco o bibliotecas diversas. Toma de ellas lo que necesitas: aprópiate y remixea.
Punto por punto somos el código de las comunidades resilientes, la llave de nuestro ecosistema a la tecnoresistencia. Somos máquinas rotas, algoritmos reprogramables con motivaciones desplegables. En soledad no hay resistencia. Si soy una hay rebelión, pero no revolución. Lo decía mi papá: una hormiga sola es una hormiga. Pero al llamar a otras compañeras, en manada mueven la montaña. Somos las redes que construimos: en el mundo físico y también en el espacio digital.
¿Están ahí nuestras utopías? En las manos unidas, en los espacios autogestivos, en las redes compartidas, en la colectividad. A la izquierda de la oscuridad.
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